Compromiso por una educación
para la sostenibilidad
Vivimos una situación de auténtica emergencia planetaria, marcada por toda una serie de graves
problemas estrechamente relacionados: contaminación y degradación de los ecosistemas, agotamiento
de recursos, crecimiento incontrolado de la población mundial, desequilibrios insostenibles,
conflictos destructivos, pérdida de diversidad biológica y cultural …
Esta situación de emergencia planetaria aparece asociada a comportamientos individuales y colectivos
orientados a la búsqueda de beneficios particulares y a corto plazo, sin atender a sus consecuencias
para los demás o para las futuras generaciones. Un comportamiento fruto, en buena
medida, de la costumbre de centrar la atención en lo más próximo, espacial y temporalmente.
Los educadores, en general, no estamos prestando suficiente atención a esta situación pese a llamamientos
como los de Naciones Unidas en las Cumbres de La Tierra (Río 1992 y Johannesburgo 2002).
Proponemos por ello el lanzamiento de la campaña Compromiso por una educación para la sostenibilidad.
El compromiso, en primer lugar, de incorporar a nuestras acciones educativas la atención
a la situación del mundo, promoviendo entre otros:
• Un consumo responsable, que se ajuste a las tres R (Reducir, Reutilizar y Reciclar) y atienda
a las demandas del “Comercio justo”.
• La reivindicación e impulso de desarrollos tecnocientíficos favorecedores de la sostenibilidad,
con control social y la aplicación sistemática del principio de precaución;.
• Acciones sociopolíticas en defensa de la solidaridad y la protección del medio, a escala local
y planetaria, que contribuyan a poner fin a los desequilibrios insostenibles y a los conflictos
asociados, con una decidida defensa de la ampliación y generalización de los derechos humanos
al conjunto de la población mundial, sin discriminaciones de ningún tipo (étnicas,
de género…).
• La superación, en definitiva, de la defensa de los intereses y valores particulares a corto plazo
y la comprensión de que la solidaridad y la protección global de la diversidad biológica y cultural
constituyen un requisito imprescindible para una auténtica solución de los problemas.
La sostenibilidad como revolución
cultural, tecnocientífica y política
El concepto de sostenibilidad surge por vía negativa, como resultado de los análisis de la situación
del mundo, que puede describirse como una «emergencia planetaria» (Bybee, 1991), como una
situación insostenible que amenaza gravemente el futuro de la humanidad.
“Un futuro amenazado” es, precisamente, el título del primer capítulo de Nuestro futuro común,
el informe de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, conocido como Informe
Brundtland (cmmad, 1988), a la que debemos uno de los primeros intentos de introducir el concepto
de sostenibilidad o sustentabilidad: «El desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las
necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para
satisfacer sus propias necesidades».
Ahora bien, no se trata de ver al desarrollo y al medio ambiente como contradictorios (el primero
“agrediendo” al segundo y éste “limitando” al primero) sino de reconocer que están estrechamente
vinculados, que la economía y el medio ambiente no pueden tratarse por separado. Después de la
revolución copernicana que vino a unificar Cielo y Tierra, después de la Teoría de la Evolución,
que estableció el puente entre la especie humana y el resto de los seres vivos… ahora estaríamos
asistiendo a la integración ambiente-desarrollo (Vilches y Gil, 2003). Podríamos decir que, sustituyendo
a un modelo económico apoyado en el crecimiento a ultranza, el paradigma de economía
ecológica o verde que se vislumbra plantea la sostenibilidad de un desarrollo sin crecimiento, ajustando
la economía a las exigencias de la ecología y del bienestar social global (Ver crecimiento
económico y sostenibilidad).
Educación para la sostenibilidad
La importancia dada por los expertos en sostenibilidad al papel de la educación queda reflejada en
el lanzamiento mismo de la Década de la Educación para el Desarrollo Sostenible o, mejor, para un
futuro sostenible (2005-2014) a cuyo impulso y desarrollo esta destinada esta página web.
Como señala UNESCO (ver “enlaces” en esta misma página web): «El Decenio de las Naciones
Unidas para la educación con miras al desarrollo sostenible pretende promover la educación como
fundamento de una sociedad más viable para la humanidad e integrar el desarrollo sostenible en el
sistema de enseñanza escolar a todos los niveles. El Decenio intensificará igualmente la cooperación
internacional en favor de la elaboración y de la puesta en común de prácticas, políticas y programas
innovadores de educación para el desarrollo sostenible».
Crecimiento económico y sostenibilidad
Sabemos, sin embargo, que mientras los indicadores económicos como la producción o la inversión
han sido, durante años, sistemáticamente positivos, los indicadores ambientales resultaban
cada vez más negativos, mostrando una contaminación sin fronteras y un cambio climático que
degradan los ecosistemas y amenazan la biodiversidad y la propia supervivencia de la especie
humana. Y pronto estudios como los de Meadows sobre “Los límites del crecimiento” (Meadows et
al., 1972; Meadows, Meadows y Randers, 1992; Meadows, Randers y Meadows, 2006) establecieron
la estrecha vinculación entre ambos indicadores, lo que cuestiona la posibilidad de un crecimiento
sostenido. El concepto de huella ecológica, que se define como el área de territorio ecológicamente
productivo necesaria para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos
por una población dada (Novo, 2006) permite cuantificar aproximadamente estos límites. En
efecto, se estima que en la actualidad la huella ecológica media por habitante es de 2,8 hectáreas,
lo que multiplicado por los más de 6000 millones de habitantes supera con mucho (incluyendo
los ecosistemas marinos) la superficie ecológicamente productiva o biocapacidad de la Tierra,
que apenas alcanza a ser de 1.7 hectáreas por habitante. Puede afirmarse, pues, que, a nivel global,
estamos consumiendo más recursos y generando más residuos de los que el planeta puede generar
y admitir.
Tecnociencia para la sostenibilidad
Cuando se plantea la contribución de la tecnociencia a la sostenibilidad, la primera consideración
que es preciso hacer es cuestionar cualquier expectativa de encontrar soluciones puramente tecnológicas
a los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad. Pero, del mismo modo, hay que
cuestionar los movimientos anti-ciencia que descargan sobre la tecnociencia la responsabilidad
absoluta de la situación actual de deterioro creciente. Muchos de los peligros que se suelen asociar
al “desarrollo científico y tecnológico” han puesto en el centro del debate la cuestión de la “sociedad
del riesgo”, según la cual, como consecuencia de dichos desarrollos tecnocientíficos actuales,
crece cada día la posibilidad de que se produzcan daños que afecten a una buena parte de la humanidad
y que nos enfrentan a decisiones cada vez más arriesgadas (López Cerezo y Luján, 2000).
No podemos ignorar, sin embargo, que, como señala el historiador de la ciencia Sánchez Ron
(1994), son científicos quienes estudian los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad,
advierten de los riesgos y ponen a punto soluciones. Por supuesto no sólo científicos, ni todos los
científicos. Por otra parte, es cierto que han sido científicos los productores de, por ejemplo, los
freones que destruyen la capa de ozono. Pero, no lo olvidemos, junto a empresarios, economistas,
trabajadores, políticos… La tendencia a descargar sobre la ciencia y la tecnología la responsabilidad
de la situación actual de deterioro creciente, no deja de ser una nueva simplificación maniquea en
la que resulta fácil caer. Las críticas y las llamadas a la responsabilidad han de extenderse a todos
nosotros, incluidos los “simples” consumidores de los productos nocivos (Vilches y Gil, 2003). Y
ello supone hacer partícipe a la ciudadanía de la responsabilidad de la toma de decisiones en torno
a este desarrollo tecnocientífico. Hechas estas consideraciones previas, podemos ahora abordar
más matizadamente el papel de la tecnociencia
Nueva cultura del agua
El agua ha sido considerada comúnmente como un recurso renovable, cuyo uso no se veía limitado
por el peligro de agotamiento que afecta, por ejemplo, a los yacimientos minerales. Los textos
escolares hablan, precisamente, del “ciclo del agua” que, a través de la evaporación y la lluvia,
devuelve el agua a sus fuentes para engrosar los ríos, lagos y acuíferos subterráneos… y vuelta a
empezar.
Y ha sido así mientras se ha mantenido un equilibrio en el que el volumen de agua utilizada no
era superior al que ese ciclo del agua reponía. Pero el consumo de agua se ha disparado: a escala
planetaria el consumo de agua potable se ha venido doblando últimamente cada 20 años, debido a
la conjunción de los excesos de consumo de los países desarrollados (ver Consumo responsable)
y del crecimiento demográfico, con las consiguientes necesidades de alimentos.
La Conferencia de Mar del Plata, Argentina, celebrada en 1977, constituyó el comienzo de una serie
de actividades globales en torno al agua que trataban de contribuir a nivel mundial a cambiar
nuestras percepciones acerca de este recurso y a salir al paso de un problema grave y creciente
que afecta cada vez más a la vida del planeta. Como se señala en el Primer Informe de Naciones
Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos del Mundo: «De todas las crisis, ya sean de
orden social o relativas a los recursos naturales con las que nos enfrentamos los seres humanos, la
crisis del agua es la que se encuentra en el corazón mismo de nuestra supervivencia y la de nuestro
planeta». Es necesario recordar a este respecto que aunque el agua es la sustancia más abundante
del planeta solo el 2,53% del total es agua dulce, el resto agua salada.
Agotamiento y destrucción
de los recursos naturales
El agotamiento de muchos recursos vitales para nuestra especie –a consecuencia de su dilapidación
o de su destrucción, fruto de comportamientos consciente o inconscientemente depredadores
orientados por la búsqueda de beneficios particulares a corto plazo– constituye uno de los más preocupantes
problemas de la actual situación de emergencia planetaria (Brown, 1998; Folch, 1998).
Conviene comenzar reflexionado acerca del significado de “recurso”, definido en los diccionarios
como “bien” o “medio de subsistencia”, por lo que tan recurso natural puede considerarse un yacimiento
mineral explotable o una bolsa de petróleo, como un bosque, o el aire respirable... (Vilches
y Gil Pérez, 2003).
De hecho, lo que consideramos recurso ha ido cambiando con el tiempo. El petróleo, por ejemplo,
era ya conocido hace miles de años, siempre tuvo las mismas características y propiedades, pero su
aparición como recurso energético es muy reciente, cuando la sociedad ha sido capaz de explotarlo
técnicamente. Y otro tanto se podría decir de muchos minerales, de recursos de los fondos marinos,
de los saltos de agua o de la energía solar, que obviamente siempre han estado ahí.
Por otra parte, la idea de recurso lleva asociada la de limitación, la de algo que es valioso para satisfacer
necesidades pero que no está al alcance de todos. Por eso, el agotamiento de los recursos
es uno de los problemas que más preocupa socialmente, como se evidenció en la primera Cumbre
de la Tierra organizada por Naciones Unidas en Río en 1992.
Se explicó entonces que el consumo de algunos recursos clave superaba en un 25% las posibilidades
de recuperación de la Tierra. Y cinco años después, en el llamado Foro de Río + 5, se alertó sobre
la aceleración del proceso, de forma que el consumo a escala planetaria superaba ya en un 33% a
las posibilidades de recuperación. Según manifestaron en ese foro los expertos: «si fuera posible
extender a todos los seres humanos el nivel de consumo de los países desarrollados, sería necesario
contar con tres planetas para atender a la demanda global».
bibliografía
http://oei.es/DOCUMENTO1caeu.pdf
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